25 September 2010

Minificciones (obtenidas de Algarabía, menos “Flor y Cronopio”)

Copypasteadas y recopiladas por Rosita

“Equivocación”

Karel Capek

Nos embarcamos en el Mediterráneo. Es tan bellamente azul que uno no sabe cúal es
el cielo y cúal el mar, por lo que en todas partes de la costa y de los barcos hay letreros
que indican dónde es arriba y dónde abajo; de otro modo uno puede confundirse. Para
no ir más lejos, el otro día, nos contó el capitán, un barco se equivocó, y en lugar de
seguir por el mar la emprendió por el cielo; y como el cielo es infinito no ha regresado
aún y nadie sabe dónde está.

“El amante”

Armando Alanís

—¿Lo disfrutaste? —preguntas. —¡Mucho! —te contesta ella. Sonríes desde tu
inmaterialidad, feliz de que esa bellísima mujer traicione todas las noches a su marido
con la misma fantasía.

“Un dedo en la Tierra”

Chaval, Petites histoires

La tierra es redonda como una pelota, pero no es lisa como la pelota. Si pudieramos
tocarla con un dedo, sentiríamos asperezas: montañas, edificios, monumentos. Un tacto
más sensible podría también percibir poblaciones enloquecidas.

“Límites”

De Inscripciones —Montevideo, 1923—, Julio Platero Haedo.

Hay una línea de Verlaine que no volveré a recordar, hay una calle próxima que ya está
vedada a mis pasos, hay un espejo que me ha visto por última vez, hay una puerta que
he cerrado hasta el fin del mundo.

Entre los libros de mi biblioteca —estoy viéndolos— hay alguno que ya nunca abriré.

Este verano cumpliré 50 años.

La muerte me desgasta incesante.

“Una pequeña fábula”

Franz Kafka

«—Ay —dijo el ratón—, el mundo se está haciendo más chiquito cada día. Al principio
era tan grande que yo tenía miedo, corría y corría, y me alegraba cuando al fin veía
paredes a lo lejos a diestra y siniestra, pero estas largas paredes se han achicado tanto
que ya estoy en la última cámara, y ahí en la esquina está la trampa a la cual yo debo
caer.

—Solamente tienes que cambiar tu dirección —dijo el gato y se lo comió.»

“Dedicación”

Jorge Timossi

A los seis años levantó un castillo de arena y hoy, muchos años después, puede verse
allí a un hombre que con manos decrépitas defiende aquella construcción de los embates
del mar.

“El esteta arrepentido”

Jorge Degetau

El ejecutivo dedeaba el teclado, mecánico. No sentía placer, no sentía nostalgia. Por
su ventanal del piso diez se veían los primeros nubarrones de verano amenazando a las
casas de tabicón gris, postradas sobre el rostro arrugado de los montes. El sol, oculto
en la oscuridad, tiró una hebra de luz que fue a dar a la única casa blanca de la colina
mísera. La casa granadina, y un árbol de Vangog, exaltados por unas pocas gotas de
luz, llamaron la atención del financieo que dejó de teclar, bajó los brazos del escritorio,
posó su mirada más allá del monitor, alejó la nuca del tórax, estiró la espalda y por fin
se paró. Colocó sus manos sobre las caderas. La oficina, oscura; la silueta, de espaldas
y trajeada; el exterior negruzco y total. Cruzando la penumbra, el zarpazo de luz, como
cometa que estalla en chispas sobre la casa. El capitalista, de improviso, jaló el tirante
de la persiana, se sentó en el asiento de imitación piel y, de un aplauso, hizo encender la
luz automatizada. Siguió tecleando.

“La llave del cronopio”

Julio Cortázar

Un cronopio pequeñito buscaba la llave de la puerta de la calle en la mesa de luz,
la mesa de luz en el dormitorio, el dormitorio en la casa, la casa en la calle. Aquí se
detenía el cronopio, pues para salir a la calle precisaba la llave de la puerta.

“Flor y cronopio”

Julio Cortázar

Un cronopio encuentra una flor solitaria en medio de los campos. Primero la va a
arrancar, pero piensa que es una crueldad inútil, y se pone de rodillas a su lado y juega
alegremente con la flor, a saber: le acaricia los pétalos, la sopla para que baile, zumba
como una abeja, huele su perfume, y finalmente se acuesta debajo de la flor y se duerme
envuelto en una gran paz.

La flor piensa: «Es como una flor.»